Reinaba por entonces Nabucodonosor II, de la dinastía caldea, estirpe a la que se le debe haber promovido el resurgimiento de Babilonia, a la que sacó de la decadencia con un programa arquitectónico de primer orden.
Construyó este rey una ciudad basada en un cuidado urbanismo con una doble muralla con ocho puertas dedicadas a una divinidad diferente. Introdujo como novedad la construcción de muros de adobe de diferente espesor separados por un foso, en un intento de defender a la ciudad del enemigo. Hizo colocar aceras en las calles, vías ceremoniales y puertas profusamente decoradas, como la de Ishtar, que lució dos torreones decorados con ladrillo policromado y que se convirtió en uno de los emblemas de la ciudad.
También lo fueron los diez templos que se erigieron, entre los que se encontraba el “etemananki”, una gran mole de adobe recubierta de ladrillo, similar en su aspecto a un zigurat, pero de grandes dimensiones y llevada a la perfección. Hasta entonces este tipo de construcción religosa había alcanzado tres alturas, sin embargo en el “etemananki” se llegaron a construir hasta siete pisos, cada uno de ellos decorado con colores diferentes.
De haber lucido este aspecto, este gran zigurat, identificado con la Torre de Babel, debió causar una gran impresión, sobre todo por el templo propiamente dicho que lo coronaba en la cúspide, recubierto de ladrillos de color azul claro que, con el reflejo del sol, debió crear un efecto óptico abrumador.